Jose Marínez Olivares

No se puede justificar la violencia ni la sangre de inocentes en base a ideologías, ni identidades ni credos. La violencia genera una espiral de muerte y destrucción. Estos versos sirven para ambos bandos y no para situarme en una posición equidistante, sino que yo me sitúo siempre con las víctimas y no con los verdugos, sean quienes sean.

Sangre derramada

 

Unos miembros del rebaño envenenados de cienos

Quisieron cortar las mieses que alimentan los sueños,

No llegaron de otras tierras puesto que de aquí vinieron.

Aliados de las sombras como el Hades,

Surgieron en la noche vomitando los infiernos,

Talando arteramente la vida de inocentes desvalidos

Dando rienda suelta al fanatismo que fatal les ciega y aparta del mundo.

 

Esas abyectas acciones de bárbaros esbirros maldecidos,

Jamás lograran truncar espíritus en mil lides endurecidos,

Forjado por el fuego bizarro y las lágrimas derramadas,

Ni cercenar los logros merecidos luchando contra los miedos

Tras incruentas batallas contra el medio hostil que endurece cuerpos y almas.

 

La tierra de Caín sabe de venganzas y la opresión de los tiranos.

Pero no justifica los excesos de los otros con cobardes agresiones,

Ni buscar la clemencia de los dioses

Aplacando la ira con aquellos que derraman nuestra sangre.

 

Contemplamos a las hienas cara a cara,

En defensa de la libertad y los dioses que nos dimos,

Con la testa en alto, sosteniendo la mirada,

Como espigas mirando al Sol que curtiéndonos nos nutre,

Arrogantes y dignos como Apolo tras la pérdida de Dafne,

Construyendo gozosos abriles que germinen la semilla de la libertad.

No talaran la arboleda que flanquea nuestros pasos hacia ese mañana,

Cuya alba los verdugos jamás lograran apagar.

 

No aplacaran nuestra ira de león enfurecido,

En defensa de aquello que más denosta el enemigo,

Pertrechados con las armas que a más ejércitos han vencido:

Las ideas, el coraje, la dignidad, la libertad y el ser dueños del destino.

 

No doblaran nuestra cerviz para imponernos el yugo,

Pues no puede el siervo rendir al amo ni en sus sueños someterlo,

De no sentirnos iguales, aunque no seamos parecidos ni pretenderlo,

De no tolerar a los otros de distinto pensamiento,

Aunque no lleven razón, aunque disientan de cientos,

Ni ser solidarios con los pueblos, amables en el trato, sosegados en la euforia,

Titanes con los fuertes, suaves con los débiles y justos en la victoria.