JORGE TINAS. Asesor Ambiental

DESARROLLO Y EMERGENCIA CLIMÁTICA

(Artículo publicado en el nº 48 de ARGUMENTOS PROGRESISTAS)

 

En el último medio siglo, la preocupación por el medio ambiente ha ido haciéndose cada vez más amplia, y mejor apoyada en el conocimiento y previsiones que aportan las ciencias. Esa extensión de la sensibilidad se ha alimentado de varios grandes hitos, en varios de los cuales ha tenido un papel protagonista la ONU. En 2006, el Informe Stern defendía la necesidad de dedicar una inversión importante a afrontar el cambio climático, so pena de sufrir una pérdida económica mucho mayor. La realidad parece estar demostrando lo fundado de esas advertencias

Han transcurrido más de cincuenta años del famoso informe “Los límites del Crecimiento”, encargado por el Club de Roma a un equipo de expertos encabezado por Donella Meadows, en el que se concluía: “Si la población mundial mantenía su crecimiento, y la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantenían también sin variación, en los próximos cien años se habrán alcanzado los límites absolutos de crecimiento en la Tierra.”

El informe se convirtió en la base de los argumentos de los incipientes movimientos ecologistas de los años 70, así como de los ambientalistas , pero tales argumentos sobre el agotamiento de los recursos naturales, la acumulación de residuos nocivos y la incidencia negativa sobre el ecosistema, fueron fuertemente contestados por los defensores del modelo económico más desarrollista, acusándolos de hacer uso de la “pseudo-ciencia”, plantear un futuro apocalíptico y en un neo malthusianismo carente de fundamento, porque precisamente un mayor crecimiento generaría los recursos necesarios para resolver los problemas que la polución excesiva pudiera producir.

La importancia del asunto llevó a que las Naciones Unidas organizaran la primera Conferencia Mundial sobre el medio Ambiente (1972). Y el gran debate sobre “crecimiento y desarrollo“ que se abrió, fue objeto de estudio de múltiples especialistas; de entre ellos merece la pena citar a Richard Lecomber, de la Universidad de Bristol, que a finales de los setenta se centró en este binomio sobre la base del Producto Interior Bruto (PIB), siendo valiosas sus publicaciones por la gran cantidad de citas que presentaban, mostrando el gran interés que ya suscitaba el problema en los ámbitos académicos, en un momento en el que las propuestas por el “crecimiento cero” parecían, o se presentaban, como la única vía para escapar del problema.

Como es sabido, el PIB es un concepto preciso y medible. Por ello es de gran utilidad como instrumento agregado contable para medir la tasa de crecimiento, pero el medio ambiente en todas sus variables carece de esa precisión de cara a la evaluación. Por ello, casar los dos conceptos es complejo.

Hasta la fecha, los argumentos a favor del crecimiento han sido indiscutibles, siendo el PIB la mejor medida para valorar el principal objetivo del sistema económico, la producción de bienes y servicios. No obstante, con los años se ha ido comprobando aquello que denunciaban los ambientalistas de los setenta: que el crecimiento económico estaba provocando deterioros en la calidad de vida, era una realidad constatable. Desde la Conferencia de la ONU en 1972, el PIB mundial ha aumentado de 18 billones de dólares a 84 billones en 2020, pero los ecosistemas han disminuido en un 47%; se ha alterado el 75% de la Tierra y el 66% de los ambientes marinos, estando casi un millón de especies en peligro de extinción. Esta realidad ya se advertía en la revisión del Informe del Club de Roma, realizado en 1992, donde se afirmaba que de hecho la capacidad de carga del Planeta ya se había superado.

El debate seguía abierto, y los planteamientos del “crecimiento cero” descartados por su inviabilidad e injusticia de aplicación en países en vías de desarrollo. Surge así el nuevo concepto de” desarrollo sostenible”, nacido del Informe Brundtland (1987), presentado por la primera ministra noruega en la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas. El nuevo concepto hace énfasis en la necesidad de reconciliación entre el bienestar económico, los recursos naturales y la sociedad, evitando comprometer en el futuro la posibilidad de vida en el Planeta y la calidad de vida de la especie humana. Se introduce en el debate la diferencia entre “crecimiento económico”, cuya evolución viene marcada por el PIB, y el “desarrollo económico” referido a un crecimiento que genera una mejor distribución de la riqueza, al tomar en consideración la conjunción de las tres políticas básicas: la económica, la ambiental y la social. En relación con esto, durante 2015 se desarrollan los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como iniciativa de las Naciones Unidas.

Aunque también desde la década de los setenta los científicos advertían de cambios del clima, no era esta variable la más relevante en las preocupaciones ambientales del momento, y la emisión de gases de efecto invernadero era un tema prácticamente desconocido para los gobiernos y la ciudadanía, siendo el cambio climático algo que no había trascendido a los medios de comunicación, y el mundo industrializado permanecía ajeno a las enormes bolsas de pobreza derivadas de las extremas sequías que se iban generando en África y Asia. Pero en los años 90, como resultado de las mejoras de la fidelidad de los modelos matemáticos, se empezaron a confirmar las teorías sobre los efectos de las emisiones humanas en los cambios climáticos y en los efectos del calentamiento global. Así, la preocupación empieza a extenderse entre los ciudadanos, al constatar el aumento de los desastres naturales, el clima extremo y la pérdida de la biodiversidad.

Hoy, para las Naciones Unidas el cambio climático es el mayor reto al que se enfrenta la humanidad. La preocupación, por fin, ha trascendido a los políticos por sus efectos económicos y sociales. En este ámbito es inevitable hacer referencia al conocido” Informe Stern”, realizado por Sir Nicholas Stern en 2006 para el gobierno del Reino Unido. El estudio, de 700 páginas, analiza el impacto del cambio climático y el calentamiento global sobre la economía mundial. Por primera vez se trata del estudio de un economista y no de un climatólogo, de manera que sus conclusiones tienen una mayor incidencia en los aspectos básicos de este debate. Muchos son los datos que merece la pena revisar de tan vasto análisis, pero aquí solo podemos limitarnos a resumir la conclusión fundamental: “Se necesita una inversión del 1% del PIB mundial (en la última revisión es ya del 2%) para mitigar los efectos del cambio climático; y de no hacerse, el mundo se expondría a una pérdida permanente del 5% del PIB global, pudiéndose alcanzar con el tiempo hasta el 20%“.

La realidad es que han transcurrido casi 15 años desde la publicación del Informe, y la aparición de olas de calor, huracanes y tifones, sequias e incendios ha ido en aumento. Así, en el año 2020, el más cálido de los registrados desde el siglo XIX, se produjeron 980 catástrofes naturales, con pérdidas de más de 170.000 millones de euros. Ante esta situación la pregunta es cada vez más urgente: ¿es posible frenar el cambio climático e impulsar la economía?

Los datos parecen corroborar el Informe. Solamente en España, según estudios de la compañía SwissRe, el efecto de caída del PIB por el cambio climático será en 30 años del 9,7%. Es evidente que las repercusiones no se distribuirán de forma equitativa, siendo los países más pobres los que sufrirán las consecuencias antes y con mayor intensidad, con la dificultad adicional de que las emisiones futuras procederán de los países hoy en desarrollo, debido al más rápido crecimiento de la población y del PIB, dada la estrecha correlación hoy entre las emisiones de CO2 y el PIB. El gran conflicto que aparece es, que en las condiciones actuales y según la opinión de todos los expertos, sin crecimiento económico miles de millones de ciudadanos de las economías en desarrollo no alcanzarán el nivel de vida y de bienestar de las economías avanzadas.

Ante esta situación, ¿estamos condenados, como vaticina Macron, al “final de la abundancia”? Reflexión que ha llevado a una gran polémica sobre si debemos acostumbrarnos a un mundo de escasez, que impediría el desarrollo de parte de la humanidad o debemos aprender de cómo se han solucionado las graves crisis con las que se ha ido enfrentando la humanidad en el último siglo, con el reto adicional que hoy supone la gestión de la transición a una economía baja en carbono.

Seguimos ante una encrucijada que tiene difícil respuesta, pero van ganado posiciones las propuestas sobre la necesidad de cambiar los análisis sobre el desarrollo, no basándolos exclusivamente en el PIB, sino en otros parámetros en los que tengan un papel relevante los cambios tecnológicos, el aumento de la eficiencia energética, el uso sostenible del agua y la economía circular en la gestión de los residuos. Este modelo, de aplicación imprescindible, afortunadamente va siendo ampliamente defendido por las nuevas generaciones.