José Martínez Olivares

 

Siempre se ha dicho que el sistema endogámico y el nepotismo perpetúa a las élites en sus descendientes, pero al acceso de los hijos de los pequeños burgueses y de los trabajadores a la universidad, hacía vislumbrar a medio plazo la incorporación de estos nuevos titulados al mundo de la gestión de las grandes empresas y de las instituciones políticas, financieras y judiciales y que se democratizase el poder. No ha sido así.

Durante mi época activa, era vox pópuli el enchufismo de los hijos de los que ocupaban los puestos de gerencia en la empresa. La incompetencia de muchos de ellos, era puesta de manifiesto de forma reiterada y solo el apoyo de buenos profesionales evitaba una y otra vez el desastre. Tal era la falta de preparación de muchos, que se verbalizaba: a ése le han regalado el título. Muchos eran hijos de catedráticos de la Politécnica y todo el mundo sospechaba que muchos títulos eran la consecuencia del tráfico de influencias. Era la comidilla de todos. Ahora con los escándalos de los másteres y los falsos títulos, vienen a mi memoria aquellas sospechas que la realidad ha demostrado que tenían fundamentos.

Hoy la superchería y el trapicheo han puesto en almoneda los títulos de muchos universitarios que han conseguido sus títulos con el esfuerzo y el sacrificio de sus padres y dejarse los ojos y los codos. Nadie infravalora un título, solo aquellos que los ponen en almoneda. Y además las sospechas de que, aunque estudien los hijos de los trabajadores, las élites, seguirán ocupando los puestos relevantes han mostrado de forma cruda la triste realidad. Y si sus hijos son tontos, ya se les proveerá un título para maquillar su incompetencia. Y si su torpeza es muy manifiesta, se le procurará una sinecura.

Hace siete años el seudo master de Cristina Cifuentes y la obtención del título vía exprés de Casado levantaron la liebre y la mancha y el desprestigio empañó a la enseñanza pública. La sospecha sobre los títulos se extendió a todo el ámbito político y se produjo una corrección curricular de forma transversal. Hoy se les ha vuelto a salir de madre el asunto con la concejala de Fuenlabrada y a consecuencia, han surgido las dudas de los títulos de Pedro Rollán y Moreno Bonilla entre otros y ha provocado una caza de brujas entre sus señorías.

A las universidades públicas van aquellos que alcanzan un determinado nivel académico. Las privadas se establecieron para aquellos que no alcanzan el nivel requerido por la pública. O sea, los que carecen de nivel, pero no de dinero, las exigencias no son tantas como las universidades públicas y el prestigio inferior. Pero la corrupción ha corroído también a las públicas y desprestigiado a las instituciones. El poder ha metido sus sucias manos en ella y ha menoscabado su prestigio y el de aquellos titulados que en ella han estudiado y que han visto devaluados sus títulos y méritos. Quizás de forma interesada para menoscabar la enseñanza pública en beneficio de la privada. Por ese motivo, es necesario depurar responsabilidades y echar de la universidad a los responsables.

Como suele pasar en fútbol con los árbitros, los jueces nos han vuelto a pillar con el paso cambiado en la sentencia del juicio del máster de Cristina Cifuentes. Se consideró no probada la culpabilidad de la ex presidenta de la Comunidad de Madrid al no encontrar pruebas de coerción o injerencia sobre las otras encausadas que habiendo reconocido su delito han sido condenadas. Es una cuestión semántica: un regalo es la dación de algo sin pedir nada a cambio. Eso es lo que han considerado sus señorías y en cambio han penalizado a las obsequiantes. Todo enternecedor. Como es gratis, espero mi doctorado. No importa cuál. La cuestión es enriquecer mi curriculum.

De siempre, recuerdo que ante los continuos desaguisados de algunos titulados superiores en la empresa en la que desarrollé mi profesión, se solía decir que sobre ellos que les habían dado el título en una tómbola. Luego se ha sabido de los trapicheos de algunas universidades favorecidos por la endogamia imperante desde siempre y la coerción desde el poder, en otorgar títulos y aprobados a personas que no lo merecían. Es algo que los tratos de favor entre iguales y la titulitis favorece desde siempre. Sabemos de gente que siendo ineptos e incapaces de aprobar durante años, sorprendentemente han terminado las carreras aprobando los cursos a pares como el más brillante de los estudiantes. Todo sea por dar lustre al currículum con un título que echar luego a la cara de sus oponentes, pobres ignorantes, que no merecen ocupar un puesto importante tanto en la vida como en la política.

En breve plazo la caza de brujas y los falsos títulos se volverán a los cajones de la desmemoria con el beneplácito de los lazarillos, trincones y perillanes que pueblan nuestro espacio político.